ABRIL.

Y Abril sabe a fruta y a vértebras,
me deja el corazón raro,
y la memoria
(una ciudad sobre Asia y Europa
cuando miraba hacia el mar y te veía)
se sostiene entre cipreses de algún poema
aprendido en Mayo.

Allí no vi a los dioses.
No bajaron con sus carros ni lloraron las pérdidas.
Y hubo una canción que se repetía,
y escaleras que subir,
y cabezas vueltas hacia el Este y a la izquierda
se agrupaban los recuerdos como torres pequeñitas.

Había momentos para escribir sin palabras,
una aliteración feroz combando nadas.
Pero existías. Y el temor era cada vez más pequeño
como si hubiese bebido de algún frasquito mágico de Alicia.