El bardo

Dibujo S/T. Tinta sobre papel. E. Muntañola

Cuerpos tangibles

dentro del aire que no tiene vuelo…

MIGUEL HERNÁNDEZ
El bardo apareció una tarde cubierto de oro.

Parecía venir de una batalla,


era un guerrero tardío, un animal de monte,


tigre y pájaro cumplido en la nieve.



El bardo me mira en azul desde el deseo,


de lejos me toma, a veces triste,


y abre mi carne con su mirada.



Conozco sus manos sin que toque mi cuerpo


su calor exacto, arreciando tormenta,


su multitud de amor, su temple oscuro,


la verticalidad de su alma, la verticalidad de su cuerpo.



Imagino su afán de torpe minotauro,


su detenerse en el asombro, su incompostura;


la desdicha ante la tarde más triste de sus ojos,


la edad desangelada que ocupan sus manos.



Quise una vez su cuerpo, allí, sobre la mesa


con el cúmulo de pérdidas que de siempre amontona;


amor entre palabras y el sexo más impuro


que otorgar pudiera un dios a dos mortales.



Pero sus ojos son tristes;


azul cobalto se suicidan algunas tardes

de sombra encendida.