Te tapabas la boca al hablar
como si estuvieras fumando,
como si quisieras esconder tus dientes,
como un depredador sin mancha,
arrepentido,
y el límite de tu mano
dejaba ver el límite de tu boca
venida de la muerte.
El destierro te cruzó el alma de arriba abajo,
te facturó la piel,
la esperanza, el olvido
te encerró en la plaza del sueño
donde crece la arena y la mar amarga.
Yo miraba hacia adentro
para verte los pliegues,
-lo que no me decías-,
con la mansedumbre de quien te quiere bien
y no teme nada tuyo, ni se impone.
Y la noche que caía ya en la calle
te quería llevar escaleras arriba,
enredaderas abajo,
tornasoles sin luz
más allá del lugar de mi mirada.
Una palabra apropiada, un gesto,
la humedad de la lluvia, el adiós rápido,
la esencia
de que otra vez
no llegué a tu alma.